Nunca me gustó esta variedad de postre (porque al fin y al cabo, es una torta de chocolate con uno que otro detalle extra), pero su imagen es útil para entender la coyuntura peruana, y no solo porque ésta se ha convertido en una selva, ni tampoco porque la situación es negra, sino porque hay varias “capas” que analizar, y distinguirlas es básico para tener una aproximación más acertada de lo que está ocurriendo.
La primera capa –y quizás la más superficial– de esta “selva negra” es la legal. Tanto la vacancia como el indulto echaron luz sobre lo poco claras y transparentes, además de poco ordenadas y rigurosas que son estas figuras extremas. Figuras así de extremas deben existir, dado que la vida política de un país tiene situaciones extremas. Si no hubiera existido la vacancia, qué salida hubiéramos encontrado a la fuga de Fujimori en el año 2000, por ejemplo. Pero su uso, justamente por estar restringido a situaciones límite, debe ser mucho más cuidadoso y prudente. Mucho que reflexionar, pero también bastante que revisar en este aspecto.
La segunda capa es la política. Aunque la política se sustente en los instrumentos legales más perfectos, el ámbito de lo político no depende de lo legal. La política va más allá, y por tanto, tiene reglas de juego que pueden y deben superar lo legal. Si no, caeríamos en un positivismo dictatorial por el cual nuestros líderes no tendrían espacio para la negociación, el diálogo, los acuerdos, las concesiones, y por lo tanto, la conciliación, el balance, y la estabilidad social. En este aspecto, tanto la vacancia como el indulto evidenciaron también que lo jurídico se queda corto frente a un contexto polarizado, teñido por pasiones, agendas ideológicas y pugnas partidarias.
Pero la capa más profunda y por lo tanto, la menos advertida, es la cultural. El grado de polarización, la poca transparencia con la que se manejaron casi todos los actores políticos, el nivel paupérrimo de los debates, las críticas, y las reacciones frente al resultado de ambos procesos no tiene que ver con algo jurídico o político, tiene que ver con nuestra “calidad ética” como sociedad. La evidente priorización de intereses personales o partidarios sobre el bien común es una señal de lo egoísta, inmediatista, informal y visceral que es toda nuestra sociedad. Tenemos un grave problema ético. Nos importa muy poco el otro, en general. Nos importan más nuestro ego, la apariencia, nuestro beneficio personal, que caiga el otro antes que yo, salir victoriosos, humillar al derrotado, la venganza, la agenda ideológica, etc, etc, etc.
La primera capa se reforma o se copia de modelos más exitosos. La segunda es perfectible aunque la política siempre será política. Pero la tercera. Esa no cambia en uno o dos años. Para que ello ocurra, se debe fortalecer la familia, el sistema educativo, la participación ciudadana, y eso puede tardar décadas.
Si la política o el derecho resolvieran los problemas de la humanidad, los seres humanos seríamos “felices” desde la Atenas de Pericles o la Roma de Augusto. Pero no es así. La política y el derecho son solo ciencias instrumentales, herramientas que el ser humano debe usar para dirigir su vida según valores e ideales más altos; valores e ideales que tienen que ver más con la solidaridad, la generosidad, el bien común, la honestidad, y la responsabilidad no solo sobre lo mío, sino también sobre lo nuestro, sobre aquello que compartimos: el derecho a una vida plena, en paz y armonía, al menos en la medida en que sea posible, en este mundo efímero e imperfecto. Separemos “capas”, hagamos lo correcto en cada una, pero sobretodo, no tengamos miedo de postergar nuestro beneficio personal frente al bien común, porque si nos va bien a todos, le va bien a cada uno. Lección clave para nuestros líderes, políticos y empresariales, y para todos nosotros.